Lo robaron para convertirlo en un colchón donde los catalanes, desde el fracaso, descansaran mórbidamente con desamparo y humedad, tal y como dice Sabina al preguntarse “quién le ha robado el mes de abril”
Y a fe mía que lo consiguieron,
pues convirtieron la Diada Nacional de Catalunya en el paradigma del sectarismo
más visceral y reaccionario que representa el nacionalismo catalán, condenando
a la mayoría de ciudadanos a renunciar a una celebración donde únicamente el
encuentro colectivo, que no reencuentro, tuviese importancia.
Mañana, 11 de setiembre, como ya
hace muchos años, no contribuiré a hacer que “esos desertores del arado” que su
único placer habitual es engordar las cifras de los que pasan junto a ellos para
hacer creer que están con ellos, y no saldré a la calle para celebrar la
fiesta. En todo caso la celebraré desde la intimidad, manteniendo la vieja senyera
de la UGT en mi despacho, hablando catalán y castellano indistintamente,
comentando las imágenes de TV que demuestran lo ridículamente irrespetuosos
aquellos que se disfrazan con enseñas esteladas o ictéricos lazos, defendiendo
que Catalunya es una “una unidad de destino en lo universal” tal y como hacía
el nacionalismo español hace 80 años.
Y me tomaré un aperitivo con
berberechos gallegos, con cerveza granadina, con chips valencianas, con gambas onubenses
y con jamón de Jabugo si se tercia, para seguir con un entrecot de ternera de
Girona, regado con un Ribera del Duero, orgullos del maridaje gastronómico y
personal del que me enorgullezco.
Porque este 11 de setiembre, para
mí, será un día normal, donde haciendo de abuelo Cebolleta recordaré y relataré
a mis nietos, y a quien pacientemente quiera escucharme, algunas anécdotas de
cuando hace 50 años reivindicábamos en la calle estatut y autogobierno y, por
ende, tener Diada Nacional de Catalunya aunque, y que nadie se equivoque y o
confunda torticeramente, el 11-S era una fecha referente que nada tenía que ver
con el 1714, pues era algo tan lejanamente absurdo que a la mayoría nos la traía
al pairo o, mejor dicho, como decía un amigo, “tres cojones importaba la toma
de Barcelona de hace 400 años”.
Lo importante era reivindicar y
conseguir libertad, convirtiendo un día del calendario, que podría ser el 11-S
o cualquier otro, en un punto de encuentro colectivo festivo con algo que
celebrar, apartando al hombre del traje gris, al que también recuerda Sabina en
su canción, pero sin dejar de recordar a aquellos a los que la libertad les ha
caído del cielo sin esfuerzo, a lo hombres de “traje gris” ante los que
debíamos correr.