Sentía las miradas en mí; algunas de admiración, pero la gran mayoría proyectaban envidia y algo de frustración, pues no en vano me veían como triunfador potencial de una competición en la que ellos también participaban y que estaba llegando a su fin.
Poca distancia me separaba ya
de la meta final, y aunque algunos de mis rivales ya habían desistido de sus
esfuerzos y se dejaban llevar por la inercia y no por la ilusión, estaba seguro
de que en todos quedaba la esperanza de que algo se torciese en los que íbamos
con aparente ventaja, entre ellos supuestamente yo, y así pudiesen optar a los
laureles del éxito.
Ahora sólo faltaba que por
aquella puerta que comunicaba con la sala donde estaban reunidos para analizar
todos los pormenores de las diferentes pruebas, apareciese el portavoz de los
analistas y anunciase oficialmente a los expectantes competidores quién,
finalmente, ocuparía el cajón.
Había sido una competición de
fondo con muchas carreras parciales y yo, debe reconocerse, no partía como favorito.
De hecho, mi falta de experiencia y sin marcas a destacar al contrario que mis
rivales, había merecido la condescendencia de alguno de ellos, pues su
superioridad en este tipo de eventos era más que contrastable y eso, entendían,
les legitimaba para actuar con cierto aire de superioridad.
Pero a medida que transcurría
el tiempo, mis actuaciones iban poniendo de manifiesto que ningunearme no
minimizaba el peligro que podía representar para ellos, y que el menosprecio
había dado paso a otro sentimiento basado en el temor, pues el corporativismo
inicial de mis experimentados rivales, que casi menospreciaban mis
posibilidades, había pasado al corporativismo de los que ya me veían como el
rival a tener en consideración.
Después de años de preparación
y tras una dura competición, estaba a punto de cumplir mi sueño, y que la
esperada noticia de mi triunfo, como si con una bandera se visualizase, me
permitiese dar una vuelta de honor en la pista donde había demostrado mi valía
durante las últimas jornadas.
Porque poder acceder a un
puesto de responsabilidad en aquella empresa, donde había trabajado 2 semanas
en mi época de estudiante, se había convertido en mi sueño.
Y formar parte de la dirección
de esa empresa, para un bisoño profesional como yo cuyo único valor demostrable
era la preparación, suponía alcanzar la gloria.
En aquel momento no sabía cual
iba a ser la decisión final de los jueces, y a pesar de creer y querer
coincidir con la percepción que todos tenían de que iba a erigirme con el
preciado trofeo, sabía que la experiencia es algo a tener en cuenta, y cabía dentro
de lo posible que su importancia generase cierta desconfianza.
Reconozco que también tenía la
esperanza de que, visto mi recorrido curricular, ese jurado se plantease el
crear algún accésit que me permitiese adquirir un grado de experiencia para
tranquilizar a aquellos que podían dudar de mi capacidad.
Pero en todo este proceso, y a
punto ya de abrirse la puerta con el esperado anuncio, había algo que sí había
conseguido con creces, “TOCAR MI SUEÑO DE GLORIA”
#SueñosdeGloria