Sesión de control en el Congreso de los Diputados, y al mismo tiempo, debate de política general en el Parlament de Catalunya y yo, siguiendo con mi masoquismo declarado en este tema, he simultaneado por televisión los dos eventos.
Reconozco que he sentido vergüenza ajena viendo y escuchando
los debates, viéndome a decir que los políticos que hoy ocupaban sus escaños en
representación del conjunto de 455 (135 + 350), han ido a justificar sus
retribuciones riéndose de los ciudadanos, olvidando que están en la sede de la
representación popular, y no en un concurso de monologuistas donde cada uno
intenta demostrar que levanta más sonrisas que el adversario.
¡Pero no hacen gracia! ¡Ni gobierno ni oposición!
Si no me equivoco, las preguntas de control son conocidas
previamente por el gobierno, con lo que afirmar que tienen tiempo de prepararlas
es indiscutible, por lo que cabe suponer que las respuestas serán concretas y
aportarán aclaraciones de interés general.
Pero la capacidad que demuestran es tan ridícula como
algunas de las preguntas que hace la oposición.
Unos porque intentan poner en un brete al gobierno con
preguntas capciosas, y los otros porque no entienden que son ellos los que han
de contestar y someterse al control de la oposición, intentando ser ellos los
que realicen ese control.
Vamos que todos son oposición del otro, con independencia
del rol que jueguen, haciéndose oposición ellos mismos.
Hay una reflexión que no quiero dejar en el tintero:
Soy de los que creen que son mínimas las diferencias
identitarias entre territorios, ninguna diría yo, y por eso huyo de cualquier
tipo de nacionalismo y hoy, por enésima vez he podido corroborarlo.
Los representantes en el Congreso de los Diputados y en el
Parlament de Catalunya trabajan bajo directrices y consignas idénticas que,
seguro, deben estar basadas en el mismo manual de supervivencia personal donde
las prioridades no son las que deberían ser, y donde la inoperancia e incompetencia
es un valor.
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