Durante este confinamiento me he solidarizado con aquellos que
han de pasar todo este tiempo en la soledad de 4 paredes, pues ha de ser muy
duro estar totalmente aislado sin tener ningún contacto con alguien.
Y si es cierto que gracias a la tecnología actual podemos
interactuar virtualmente, lo que suaviza esa soledad, no es menos cierto, y así
lo creo, que recibir el aliento de otra persona con la que puedas convivir, aunque
sea a través de una mascarilla y a 2 metros de distancia, es una necesidad
vital de todo ser humano.
Pero esta necesidad también tiene sus inconvenientes pues
compartir un espacio vital de condiciones reducidas, como son la gran mayoría de
viviendas de los españoles, provoca el tropezón diario que puede desembocar en una discusión,
así como el tedio que puede mediatizar la convivencia.
Es indudable que el roce hace el cariño, pero un roce muy
intenso como éste, puede producir también quemaduras y heridas, por lo que es
necesario hacer un esfuerzo para entender y adaptarse a las necesidades mutuas,
y así evitar daños que podrían ser irreparables en un futuro.
Yo tengo suerte, y lo que podría ser una convivencia
realmente difícil, pues me reconozco complicado para convivir sobre todo si no hay
posibilidad de escapatoria que permita aquello de “¡que corra el aire!”, se hace
completamente agradable y llevadero gracias al carácter y actitud de Gloria, persona
con la que comparto espacio intensamente, 24 horas al día, y a la que he de
agradecer el esfuerzo que hace para entenderme.
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