Si por lo siglos de los siglos nadie ha sido capaz de
erradicar el oficio más antiguo del mundo, como es la prostitución, era absurdo
pensar que desde la ilegalización y la correspondiente penalización
de su ejercicio se iba a hacer desaparecer esa práctica.
Porque tanto el que ejerce esa actividad como profesional (sea
por obligación o devoción, porque de todo hay), como el usuario habitual o
esporádico buscará todas las argucias para sortear las medidas coercitivas y
sus correspondientes sanciones.
Por ello cuando hace unos meses, en respuesta a la petición
de legalizar un sindicato de profesionales del sexo, se erigió la respuesta
beligerante de diferentes sectores de la sociedad para evitar su inscripción y
puesta en marcha, basándose en la ilegalidad de esa actividad y generalizando argumentos
subjetivos de dudosa solidez realista, me preguntaba si el final de ese
movimiento de protesta iba a traducirse en algo realmente positivo para
solucionar aquello que para muchos puede significar un problema.
Y me ponía el ejemplo de la economía sumergida, de aquello que
se denomina el “trabajo en negro”, donde la Administración persigue y a la vez intenta
ayudar al infractor para legalizar el desarrollo de su negocio, aunque cabe
decir que las medidas son generalmente insuficientes.
En cambio, en el ejercicio de la prostitución la única
medida que se ofrece es la persecución de la actividad y su ilegalización, lo
que incentiva la imaginación para encontrar mecanismos alternativos y contribuye
así a la proliferación de proxenetismo, pues los que se dedican a esta
actividad saben que las medidas de “reinserción” social que se ofrecen (y que
no todas las personas que se mueven en este ámbito reclaman) son insuficientes,
ineficaces y poco prácticas, con lo que al final la Administración actuará bajo
el “ojos que no ven…”
Al resurgimiento del ahora denominado “sugar dating” (que no
es un fenómeno nuevo), y que como dice una “sugar baby” no es más que prostitución
adornada, se me suscitan algunas preguntas.
¿No lógico no sería perseguir al proxeneta que se aprovecha
de la persona que ejerce la prostitución, y no castigar a quien la ejerce, ya
sea por obligación o devoción que, repito, de todo hay?
¿Con medidas coercitivas, no se está limitando la libertad
de las personas, negando la propia realidad?
¿Lo práctico no es regular para controlar el ejercicio de la
actividad, y no simplemente prohibirla?
Creo que la prostitución es un tema se utilizó, se utiliza y
se seguirá utilizando por los siglos de los siglos como elemento de
sobreactuación para acallar conciencias, dándole interesadamente cariz de problema
generalizado impidiendo así soluciones efectivas para aquellas personas que sí
están realmente en situaciones denigrantes.
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