El 8-M no haré huelga, pararé para reclamar medidas activas
que permitan avanzar en igualdad, con el claro objetivo final de que en un
futuro inmediato el 8-M no se celebre, y deje de ser un día reivindicativo,
pues eso será la constatación de haber vencido los agravios y discriminaciones
por razones de sexo.
Pero no haré huelga, pararé, pues calificar como huelga esa movilización
reivindicativa del 8-M es contribuir a banalizar un derecho constitucional que
los trabajadores podemos ejercer como medida de presión por cuestiones laborales.
Se ha llegado al extremo de calificar como huelga una movilización
política (léase las últimas convocatorias del independentismo catalán que ellos
mismos etiquetan paradójicamente como “aturada” de país); o se ha etiquetado como
huelga un paro patronal como fue el conflicto del taxi.
Si el 8-M se entiende como huelga, sólo puedo preguntarme
que ¿a quién se hace presión para que “ceda”? Y la respuesta lógica no me
gusta, pues sólo cabe decir que “a los hombres”, con lo cual creo que las desigualdades
crecen al tratar como coyuntural un problema social, que no por ser de envergadura,
es provocado por hombres contra mujeres.
El día 8 de marzo nos movilizaremos para visualizar que falta
mucho camino por recorrer para alcanzar la plena igualdad, y lo haremos como sociedad,
concienciándonos y presionándonos nosotros mismos de que la situación merece
especial atención, pues no podemos olvidar, -y la experiencia así lo indica-,
que los mecanismos para luchar contra la desigualdad y la discriminación no son
eficaces si simplemente se apoyan en una norma, sino que su eficacia depende de
la voluntariedad social, personal o colectiva.
Salgamos todos a la calle, gritemos convencidos que ¡ya
basta!, y comprometámonos a poner barreras a todas aquellas acciones que
contribuyan a crear y mantener brechas entre hombres y mujeres, pero no frivolicemos
con el derecho a la huelga.
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