Dijo que no hubo escupitajo, pero sí confesó que había hecho
un mueca con la boca que, a manera de bufido o resoplido, se podría considerar
como un “amago” previo a esputar.
Lo que no cabe duda, como reconoce hasta tácitamente el
mismo diputado, que fue una acción de menosprecio y desprecio hacia el ministro
Borrell, algo de por sí ya reprobable.
Pero claro, es necesario minimizar el impúdico acto, y para
ello intentan quitarle la importancia a la acción, (no pueden esconder que aun
siendo un amago de escupir no consumado, la acción existió), dándole el protagonismo
justificativo a la posible consistencia, color y volumen del esputo.
¿Acaso es menos grave si al diputado Salvador en el esfuerzo
de la mueca se le hubiese escapado un capón, que si estuviésemos hablando de un
gargajo de aquellos que se aprecian después de un sobreesfuerzo pectóreo-nasal para
que la boca se llene de “sustento”?
¿Acaso el agravio es menor o mayor dependiendo del calibre
del “proyectil”, o si tiene mayor o menor viscosidad, o si el color es verde,
amarillo o una mezcolanza “membrillera” de ambas tonalidades?
Creo que de un tiempo a esta parte los políticos de este
país de cualquier ámbito están aparentando gobernar para esconder su
incapacidad, desviando la atención con cuestiones baladís para que los
ciudadanos nos “olvidemos” de los verdaderos problemas que nos acucian, y para
que desde el exterior se perciba la visión de que en España todo es de color de
rosa.
Pero no, no todo es de color de rosa, como podría desprenderse
al observar que el esfuerzo de los diputados y diputadas se dedica a medir y
calibrar el valor cualitativo y cuantitativo de un sipiajo, escupitajo,
escupitajo o gargajo, pues es igual el nombre que se le quiera dar.
Lo que proyectan estos personajes es una falta de respeto
hacia la ciudadanía y una ridícula talla política que nos debería ruborizar, a
la vez que están alimentando peligrosamente opciones ideológicas no deseables.
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