Cuando ayer el Diputado Rufián protagonizó una de sus habituales
astracanadas y puestas en escena, tildando al Ministro Borrell de hooligan y
ultraderechista por pertenecer a Sociedad Civil Catalana, al margen de la
indignación que como ciudadano sentí -y que todo ciudadano debería sentir por
la falta de respeto que demostró este personaje a la soberanía popular- me
pregunté el porqué de ese rechazo y menosprecio tan intenso que el movimiento
independentista demuestra contra esta organización, cuando el único objetivo de
SCC es promover la convivencia y la cohesión entre los ciudadanos y ciudadanas
de Catalunya.
Y llegué a la conclusión que esa actitud beligerante que se
acompaña de insultos, improperios y descalificaciones no esconde más que un
temor cerval a que SCC se vaya consolidando como el punto de encuentro de todos
aquellos que con ideologías políticas dispares -casi en las antípodas unas de
otras en algunos casos como dice un amigo-, pensamos legítimamente que la
independencia no es el modelo más beneficioso para Catalunya, pero que a la vez
respetamos la legitimidad que tiene el movimiento independentista para defender
sus tesis por las vías democráticas vigentes.
Reconozco ser uno
de los muchos simpatizantes de izquierdas de Sociedad Civil Catalana, -¡sí de izquierdas¡-,
y no me duelen prendas de compartir espacio de reflexión y convivencia con
ciudadanos y ciudadanas de otros posicionamientos políticos la idea de que ni el
nacionalismo ni el independentismo son la mejor fórmula.
Sr Rufián, al igual
que el Ministro Borrell, ni soy de ultraderecha ni hooligan, simplemente soy un
catalán que, desde principios y convicciones socialdemócratas, no cree en la
independencia y que entiende que Catalunya no está en los supuestos que se
contemplan internacionalmente para ejercer el derecho de autodeterminación.
Y mi posicionamiento
merece el mismo respeto que el suyo.
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