
Sábado 7 a las 11 horas. Hospital Josep Trueta de Girona,
centro hospitalario de referencia de la provincia. Tras una derivación desde el
CAP de Sant Feliu de Guíxols a las 9 horas aproximadamente, con traslado en
vehículo particular, se le comunica al paciente que deberá trasladado al
Hospital de la Valle Hebrón de Barcelona.
La surrealista razón es que el especialista que debe atender
al paciente y practicarle una intervención de urgencia solo atiende dos días
por semana. Es de suponer que si en el Trueta no hay médico especialista,
tampoco debe haberlo en alguno de los hospitales cercanos; o sea que en todo
Girona no hay esa especialidad.
Para trasladar al paciente al Valle Hebrón se debe esperar
una ambulancia que venga de Barcelona. A las 21 horas, después de 12 horas,
aparece el transporte sanitario.
Llegada a Barcelona sobre las 23 horas. El especialista de
urgencias, vista la gravedad de la situación decide operar esa misma noche,
pero debe desistir y programar la intervención al día siguiente. La razón
obedece “simplemente” a que este centro hospitalario Valle Hebrón, referente en
todo Catalunya, esa noche solo puede disponer de 2 quirófanos que en este
momento están ocupados.
Programación a las 9 horas del domingo 8, aparece el equipo
de cirugía a las 10, y el paciente en camilla, junto a sus familiares y el
correspondiente celador toman el camino del bloque de cirugía situado en otro
lejano punto del hospital.

Con desgana, pero con
educación, indica a los familiares una sala de espera diciendo aquello de que “ya
les avisarán”.
Una, dos, tres horas sin ninguna noticia elevan la tensión,
más aún cuando la cirujana nos había informado que la intervención era delicada
aunque breve si no había complicaciones.
La casualidad hace que descubramos que
la sala donde el celador nos había ubicado no era en la que debíamos esperar.
Lo curioso es que en esa sala de espera de cirugía, toda la
información se hace a través de “plasma”, pero sin nadie con quien interactuar
para que expliquen como interpretar esa información codificada, pues los muchos interfonos y ventanillas de
información permanecen cerradas a cal y canto.
De nuevo la buena atención del personal sanitario, que a
pesar de no ser el ámbito asistencial de su responsabilidad investigan donde se
encuentra el paciente, y nos indican cómo llegar al lugar donde está atendido,
ya hace casi dos horas.
Tal y como yo recordaba, el Valle Hebrón era un hospital
donde las visitas estaban controladísimas, y pasearse por el centro sin ningún
control era prácticamente imposible.
Pues bien, en busca del paciente perdido, los familiares pudieron
recorrer gran parte del hospital sin nadie que les saliese al paso, entrando en
despachos de médicos, en salas de atención, en urgencias, en quirófanos y hasta
elevando la voz pidiendo que “alguien contestase”.
Uno podría decir que bien está lo que bien acaba, pues el
paciente localizado y la incidencia de salud aparentemente sido superada, pero
el acabar bien no significa que esté bien, como lo demuestra el hecho de que
sólo hace falta ir a la cafetería del hospital y hacer un comentario sobre la
asistencia, y las voces se unen para denunciar infinidad de quejas similares.
La experiencia de este fin de semana me ha permitido llegar
a dos conclusiones:
Salvo alguna excepción, los profesionales de la sanidad son eso,
profesionales, y son ellos los que mantienen la imagen de la sanidad pública
catalana, porque el problema no es el personal, sino la falta de personal.
El sistema ha olvidado que las urgencias sanitarias no se
rigen por ninguna norma que prohíba ponerse enfermo en fin de semana o
festivos.
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