La libertad de uno finaliza cuando comienza la del otro, y
desde ese principio básico entiendo todas aquellas actuaciones que en aras de
la libertad y del libre albedrío puede llevar a cabo cualquier ciudadano.
Por ello, cuando estos últimos días se está cuestionando la
libertad de expresión como ejercicio de libertad, me pregunto dónde puede estar
el límite y quién debe ponerlo, pero sobre todo la necesidad de conceptuarlo,
definirlo y casi parametrarlo, teniendo así claro qué línea no se debe traspasar, y que creo no es
otra que la marcada por la diferencia entre opinión personal y lo que podría
considerarse una afirmación acusatoria que sí puede atentar contra la libertad
de la otra persona. Sin obviar, lógicamente, un elemento trascendental como es
la repercusión que tiene quien opina y/o acusa.
Por coger algún ejemplo, ya juzgado y sentenciado: un
periodista puede decir que no le gustan las canciones de un determinado
cantante; eso es una. Afirmar que no le gusta cómo actúa ese cantante, continúa
siendo una opinión. Pero si ese periodista afirma que ese cantante es pésimo y
anima a no seguirlo, entiendo que deja de ser una simple opinión, pues es una
afirmación que puede acarrear perjuicios, más aún si la tirada mediática de ese
periodista es importante.
Otro ejemplo, también juzgado y sentenciado: una renombrada
periodista fue demandada por una también renombrada cantante por afirmar que
era “oscura, sombría y siniestra” y actuar como tal. Si esa periodista hubiese
matizado que en su opinión la cantante parecía siniestra, oscura y sombría, no
hubiese sido sentenciada a 300000 euros de multa por atentar contra el honor.
Los que hemos sufrido la falta de libertad y hemos luchado
para conseguirla, nos podemos permitir el lujo de valorar lo que es y significa
la libertad de expresión, como también podemos permitirnos exigir a aquellos
que ya han nacido con ese derecho básico que no lo pongan en juego, y que lo
utilicen preservándolo y no dando argumentos a los otros para coartarlo, pues
eso da pie a sentencias tan desproporcionadas como las que hemos sufrido hace
unos días.
La libertad de expresión no puede ser un cajón de sastre donde
todo vale, como tampoco el arte o el humor pueden ser las excusas que permitan atentar
contra la libertad del vecino, actuando bajo el paraguas de una muy sui géneris
interpretación de lo que es la libertad de expresión.
Y como reflexión final a esta reflexión personal, y
atendiendo específicamente al ejercicio de la libertad de expresión que estos
se ha cuestionado y penado, y que clarifica mi opinión al respecto: Uno puede expresar
su opinión sobre el sistema político basado en la monarquía, y seguro que
estamos de acuerdo; uno puede opinar que se deben utilizar todos los mecanismos
democráticos y legales posibles para eliminar ese sistema, y estaríamos de
acuerdo; uno puede opinar que la figura del rey y su corte no aportan lo
suficiente como para ser positivo sufragarlos, y podríamos estar de acuerdo;
hasta podría entender que alguien opinase que los reyes y algunos políticos
merecerían sufrir una temporada lo que podríamos denominar el pacto del hambre,
como mínimo para que supiesen lo que ocurre en el seno de la sociedad, que en
teoría ellos defienden.
Todo ello, creo, podría estar de la libertad de expresión. Pero
desear la muerte, la tortura y el sufrimiento, hasta tácitamente invitar a
provocarla, o lanzar acusaciones públicas sobre enfermedades y deficiencias
físicas o psíquicas, creo que va un abismo.
Quizás es que estamos confundiendo libertad de expresión con
libertad de opinión.
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