Que a esta campaña electoral se la pueda calificar como la
más atípica de la historia de nuestra democracia no esconde que también se la
pudiese adjetivar de alguna otra manera, aún a riesgo de que alguno de sus
protagonistas se sintiese aludido y avergonzado.
Y no por los compromisos electorales, que es un apartado que
con toda seguridad merece un capítulo aparte, sino por todas aquellas
aportaciones tóxicas que algunos irresponsables están vertiendo para
deslegitimar este proceso electoral, intentando crear desconcierto y dudas en
el grueso del electorado.
Sin pudor ni sonrojo afirman que se ha inflado el censo en
más de 200000 personas, obviando que al margen de ser los ayuntamientos los que
facilitan los datos del padrón. ese censo se cerró el 1 de agosto.
Sin pudor ni sonrojo exigen la presencia de observadores internacionales,
afirmando tácitamente que se pondrán trabas a que los ciudadanos puedan votar
con total normalidad, olvidando que en cada mesa electoral ubicarán, porque así
lo han anunciado, un interventor de su partido.
Sin pudor ni sonrojo, afirman que harán un recuento paralelo
poniendo en duda la honorabilidad de los miembros de las diferentes mesas
electorales escogidos por sorteo público, así como de los funcionarios que
asesoran y dan fe de la mecánica del proceso.
Sin pudor ni sonrojo, preguntan reiteradamente si se respetarán
los resultados, obviando decir que para ellos ese respeto es legalizar la
ruptura.
Y por último, sin pudor
ni sonrojo, al entender que sus intereses pasan por la confrontación contra
todo y contra todos,-también contra ellos mismos,- no les importa poner en
peligro la propia democracia, aunque paradójicamente están participando en un
proceso democrático.
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