
Estoy seguro que si la
presentación de urnas hubiese sido en otra franja horaria –no podemos olvidar
que a esa hora los niños ya están en casa y uno de los progenitores está
ejerciendo sus labores culinarias-, el 29 de junio de 2018 estaríamos
contemplando un baby-boom, tal ha sido el grado de excitación colectiva que se
ha generado.
Y aquí me ha venido a la mente
(ya la califico de sucia antes de que lo haga algún desaprensivo) un comentario
sobre Hugh Hefner hacía un amigo, diciendo que con la muerte del fundador del
Play Boy moría quien le enseñó a leer
con una sola mano.
Hoy me imaginaba a muchísima
gente con la foto de una de esas urnas en una mano (izquierda o derecha dependiendo si se es
zurdo o diestro), o con una foto de un grupo de urnas a manera de orgía; con la
mirada perdida en el espacio imaginando introducir una papeleta en su abertura.
Alguien me insultará, lo sé,
acusándome de burlarme y reírme de esta situación, ¡y tendrá razón!, pero es
que si la independencia de Catalunya que persiguen los impulsores del 1-O debe
girar alrededor de unas urnas de plástico, es para reír y no llorar.
Y prefiero reír, aunque sea de
temor o pena, viendo el placer simplista y ojalá momentáneo, (como podía dar un
Play Boy), que las urnas producen en algunos de mis vecinos, que el posible
dolor y frustración que esas urnas puedan producir próximamente.
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