
No es posible que de un
plumazo se puedan eliminar unos recelos que vienen de muy atrás y que en
algunas poblaciones se han enquistado, lo que ha generado conflictos de
convivencia ocasionados muy posiblemente por no haber sabido conceptuar lo que
es derecho y/o deber de integración, y por
seguir empecinados en etiquetar a los ciudadanos, o lo que es peor estereotipar,
como pertenecientes a una comunidad determinada.
Entiendo la necesidad que
los musulmanes puedan tener para demostrar a la sociedad que no son culpables
del horror y de la barbarie que han provocado esos asesinos, y que por profesar la misma religión que ellos tienen
obligación de expresar el rechazo de manera particular, pero ello es reconocer
tácita, pero errónea y peligrosamente, que tienen una cierta responsabilidad
“corporativa”.
Queramos o no queramos
reconocerlo, el 17-A ha representado un paso atrás que ha dado alas a todos
aquellos que quieren seguir manteniendo fronteras y límites físicos entre
personas, y que aprovecharán para convencer a la sociedad que los musulmanes no
pueden tener la consideración de ciudadanos, del mismo modo que algunos
musulmanes intentarán también poner en evidencia el menosprecio que se tiene
hacia ellos.
El próximo día 26 el grito
contra el terrorismo debe ser unánime y unitario, y no estar supeditado a discriminación
por razón de raza, sexo y, sobre todo, por religión.
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