
Y lo digo a modo de reflexión personal sobre la cuestión de las
letras de esas canciones que alguien, atendiendo a sus valores personales, ha
considerado machistas, y ha decidido que se prohíba su reproducción en según
qué ámbitos.
Ya es paradójico que en aras de la libertad, la igualdad y
la no discriminación de género, todo se deba basar en prohibiciones super-proteccionistas
que al final desembocan en actuaciones que únicamente consiguen coartar la libertad
de la propia mujer como mujer, olvidándose de que es simplemente un ser humano con los mismos
derechos y deberes que cualquier otro.
Y todavía es más paradójico que en aras de esa lucha contra
la discriminación por razón de género, se deba prohibir a artistas de la
canción que exponer sus sentimientos, sus vivencias o reflexiones porque, siempre
desde la subjetividad, incitan a la violencia o implican una falta de respeto hacia la
mujer.
Es como si dijésemos que el cuadro de Goya, “Saturno
devorando a su hijo”, incita al canibalismo y por eso debe dejar de exponerse
en el museo del Prado.
O como si la vida del Che Guevara o de Churchil no puede
llevarse a la pantalla porque fumaban puros y incitan al tabaquismo, y en todo
caso se deben cerrar las salas de cine donde se proyecten.
O como prohibir el Decamerón porque incita a la perversión,
o la actual “Sombras de Grey” porque hacen visible un supuesto sometimiento.
O como ya ocurrió, acusar de apología al terrorismo una
representación de marionetas sobre ETA.
Utilizando la prohibición o la censura aplicada desde la atalaya
de esos observatorios que obedecen más a la justificación de su existencia que
no a la efectividad, poco se avanza en la lucha contra la discriminación de
género, sino lo contrario.
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