Que 30 personas se manifiesten libre y legítimamente en Barcelona contra el turismo de cruceros del que el
Puerto de Barcelona es líder indiscutible, no debería ser una noticia que mereciese
gran atención, pues demuestra ser una movilización con poco soporte social, en
una ciudad con millones de habitantes.
Para estos ciudadanos,
los miles de cruceristas que llegan a Barcelona no son un valor añadido al
turismo que visitaba tradicionalmente la ciudad, sino todo lo contrario, ya que
según ellos, al no aportar nada se debe sumar el hecho de que su visita
perjudica seriamente el medio ambiente, opinión coincidente con la expresada
por la Alcaldesa Ada Colau.
Pero la primera edil de
Barcelona ya manifestó su opinión sobre aplicar una sobre fiscalización municipal,
como si enriquecer las arcas del Ayuntamiento fuese la solución para esos
estragos medioambientales que, según ellos, provocan los cruceros.
¡Ah, dinero!, porque al
fin y al cabo ahí radica el problema y la solución para unos responsables de la
política municipal, que no entienden que el saldo positivo de un Ayuntamiento no
es el que aparece sólo en sus cuentas, sino que a ese saldo se debe sumar el
que genera el tejido económico y comercial del municipio, y ahí seguro que los
cruceros que llegan al Puerto de Barcelona contribuyen de manera muy significativa.
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