Poder ver desde otra perspectiva el desarrollo del marco de
relaciones laborales que se vive en el Puerto de Barcelona, me hace sentir una
pequeña añoranza de aquellos años en que mi actividad sindical se centraba,
sobre todo, en el ámbito de esta empresa.
Si bien es cierto que el tiempo pasa de manera inexorable el
escenario es prácticamente el mismo, pues aunque haya sufrido modificaciones en
ubicación y en mecanismos en la tramoya, no se reflejan grandes cambios ni en
el guion ni en el elenco de actores que han de interpretarlo, por lo que las
diferencias se centran, sobre todo, en las formas y en los modos.
Formas y modos pero,
de manera muy especial, actitudes de unos sindicatos que, de manera harto
incoherente, han convertido en enfrentamiento inter-sindical sus diferentes
visiones de cómo dar respuesta a las inquietudes de los trabajadores, mostrando
sus vergüenzas ante quien menos deberían mostrarlas, es decir, ante lo
directivos que capitalizan el concepto de empresa.
Porque ante la mal auto denominada empresa (soy de los que
pienso que empresa somos todos), el éxito reivindicativo de los trabajadores
pasa por posicionarse ante la “empresa” como interlocutores con posiciones
uniformes, haciendo aportaciones que si bien no tienen por qué ser planteamientos
monolíticos, sí deben plantearse desde un consenso fruto de las diferentes visiones sindicales pudiendo asegurar, desde
la experiencia, que los “buenos empresarios” también desean esta manera de
actuar.
No creo que sea necesario manifestar públicamente mi
posicionamiento ante las Elecciones Sindicales en la Autoritat Potuària de
Barcelona, pues después de 30 años de militancia en la UGT, de haber asumido
diferentes responsabilidades y de tener algunas discrepancias, huelga decir que
no está en mi mente dar un giro que implique un cambio significativo de
posición. Pero no por ello renuncio a ser crítico, también con mi UGT, pero
sobre todo con aquellos sindicatos que poniendo precio a la acción sindical
prostituyen un mal utilizado sindicalismo de clase.
Y ratificándome en ese sentimiento de morriña al que antes
aludía, quiero recordar una anécdota que he utilizado muchas veces, y que es el
ejemplo de cómo debe afrontarse la acción sindical.
Fue a finales de los 80 cuando la Autoritat Portuària de
Barcelona comenzó a afrontar uno de sus cambios más significativos pues, bajo
la consigna de que el “Puerto debería girar para dar la cara a la ciudad”, se
pretendía modificar todas las estructuras, tanto físicas como de gestión, que
eran las que afectarían muy directa y profundamente a los trabajadores y
trabajadoras de la APB.
No había vuelta de hoja, y si los trabajadores de la APB no
jugábamos bien nuestras cartas y no nos adelantábamos a ese proyecto en defesa
de nuestros intereses, las consecuencias podían ser irreparables.
Recuerdo estábamos en las puertas de Magistratura del
Trabajo de Barcelona, Manuel Badía, como responsable de CCOO hoy desaparecido,
y yo como responsable de UGT, tomando un café a la espera de entrar a declarar
en favor de una trabajadora de la APB.
Allí comentamos la situación que se iba a dar en el puerto,
buscamos las coincidencias y pusimos las bases para negociar lo que había de
ser el traslado y transformación de los talleres, la creación de urgencias, el “éxodo”
hacia el Tramo VI, etc., cuestiones todas ellas que también permitieron avanzar
en otros avances sociales pero que, a la vez, impidieron la desaparición de
algunos de ellos.
Y puedo asegurar que en el inicio de esas negociaciones, UGT
y CCOO tenían posiciones diferentes, pero la postura ante la dirección de la
empresa dejaba claro que los sindicatos de clase, desde la unidad de acción, no
íbamos a renunciar ni vender nuestros derechos, y que a pesar de las
intenciones, íbamos a luchar por mantener por mantenerlos como tal, como derechos
adquiridos.
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