Los miembros de una
Sección Sindical analizaban y decidían democráticamente en asamblea convocada lo
que el delegado elegido para asistir a un órgano de ámbito superior debería
defender en nombre de la afiliación. Este a su vez, en ese órgano de control,
debía someterse a la decisión mayoritaria que defenderían los delegados que
allí se eligiesen. Y así sucesivamente hasta llegar al último estamento donde
la decisión fuese la definitiva.
Una especie de “democracia
orgánica”, basada en la confianza de la delegación donde, de alguna manera, se
podría decir que todos los afiliados participaban.
601 delegados electos
participarán a partir del día 9 de marzo en el Congreso Confederal de la UGT
donde se elegirá al Secretario General que substituirá a Cándido Méndez al
frente de la organización pero, sobre todo, por ser lo más importante, se
decidirá el modelo del sindicato y sus objetivos generales.
Pues bien, con más 30
años de militancia activa creo que puedo permitirme alguna licencia, y entre
ellas decir públicamente que en las decisiones que tomen esos 601 delegados no
hay ni un átomo de opinión que yo haya podido verter, porque ni he podido opinar
sobre estrategias, y sólo por la prensa he podido conocer quiénes son y qué piensan
los candidatos que optan a la Secretaria General de la UGT.
Qué legitimidad tienen los
delegados que por la Federación de Servicios para la Movilidad y el Consumo,
que es a la que pertenezco, para trasladar mi opinión. O los de la Unión de
Catalunya, nada podrán decir en mi nombre, pues no he tenido la oportunidad de
participar.
Como mínimo, hubiese
querido elegir, aunque indirectamente, al delegado que a su vez elegirá al
delegado que asistirá a otro órgano de control para elegir a otro delegado que
será, el que finalmente, asistirá al Congreso Confederal y votará lo que
democráticamente hemos podido decidir.
Al igual que algunos
partidos políticos han debido hacer catarsis para legitimar su propia
subsistencia, la UGT, como máximo exponente del sindicalismo de clase, debe
también afrontarla, y profundizar en un modelo de participación que permita
recuperar el sentimiento de co-propiedad que antes teníamos la militancia, pero que
ahora va desapareciendo a marchas forzadas.
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