La desaparición en
Cuenca de Laura y Marina ha sido la noticia de estos últimos días, y a pesar de
que siempre queda aquel pequeño resquicio para que respire la esperanza, es cierto
que se preveía un final de la historia nada agradable, como así ha sido.
Soy incapaz de Imaginar
el calvario que habrán sufrido las familias de las dos chicas estos días, como tampoco
el que habrán debido sufrir los familiares del asesino a tenor de las
manifestaciones que han hecho mediante redes sociales, pero de lo que sí puedo imaginar
son los sentimientos que ahora, una vez detenido el supuesto autor de los crímenes
(me fastidia sobremanera la obligada utilización de “supuesto”), estarán
contenidos y que, en mayor o menor grado, aflorarán irremediablemente.
Es a partir de ahora
cuando hay conceptos que adquieren una dimensión mucho más acorde con la
realidad, y cuando debe comprenderse que los familiares y allegados de las
victimas unan su dolor, seguro insoportable, a los deseos de que el asesino
sufra lo que él ha hecho sufrir, y por ello está dentro de la normalidad que para
el círculo de Laura i Marina, hablar de pena de muerte o de cadena perpetua no sea
descabellado, sino todo lo contrario.
I sí, es cierto que
muchas veces esos sentimientos, que yo no definiría como de venganza sino como
de deseo de justicia, pueden traducirse en una especie de crueldad masoquista
pero, ¿no ha sido masoquismo y crueldad el modo como ha actuado el asesino,
reincidente en violencia si deja de ser “supuesto”?
Y aquí me viene a la
memoria un caso que viví muy de cerca sobre el año 1979 o 80, estando en
Valencia por cuestiones profesionales, donde el secuestro, violación y
asesinato de una niña de 5 años dio paso a un importante movimiento social de
indignación y ira.
Por cuestiones
logísticas conocía al abuelo de la niña, y compartí con él los primeros
momentos de la detención del asesino confeso. Recuerdo que fue impactante, a
pesar de las lágrimas en los ojos, la frialdad con que aquel hombre recibió la
noticia, pero más impactante, y que nunca he olvidado, fue lo que me dijo cuando
vecinos y amigos “reclamaban” que dejasen en sus manos al asesino.
“Juanjo, yo quiero que ese
hijo de puta vaya a la cárcel, y que lo cuiden mucho. Y cuando alguien decente
necesite un riñón, que se lo quiten, y si necesitan otra cosa que se la quiten.
Por lo menos servirá para algo hasta que le quiten el corazón y se muera”
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