Pocos eran los que en un
momento determinado de la mili no iniciasen la cuenta atrás, esperando la
cartilla sellada que certificaba el final de tu Servicio militar obligatorio.
Tener en tu propiedad la
“blanca”, como se denominaba la cartilla en la Armada Española en la que presté
servicio durante un tiempo, era la
vuelta a la “libertad”; no en vano la mili te obligaba a someterte durante unos
meses a la voluntad del ejército, representado por mandos militares que en algunos
casos, solo podían demostrar su “profesionalidad” a través del poder que les
otorgaban sus galones, trasladando una arbitrariedad que hacía desear que
aquello acabase cuanto antes.
Salvo honrosas
excepciones, poca empatía y menor simpatía se generaba entre tropa y mandos, y
solo el percibir que cada vez era más cercano el cero de esa cuenta atrás,
hacía que aquella situación fuese más soportable.
Pero era el ejército, y
en ese estamento el organigrama piramidal sólo tenía como objeto hacer indiscutible
que quien estaba en un escalón superior mandaba más que el que estaba en uno
inferior, y que sus órdenes debían ser acatadas sin discusión, aunque fuesen
irracionales, no tuviesen sentido o generasen problemas organizativos en la
estructura que tuviesen a su mando.
A diferencia del
ejército, en una organización empresarial se ejerce la responsabilidad -o
debería ejercerse-, y no únicamente el
mando, por lo que ese organigrama piramidal obliga al que está más arriba a generar
empatías y conseguir sinergias positivas con una única finalidad: responder a
la misión para la que la empresa ha sido creada.
Quien tiene encomendada
una responsabilidad funcional con personas a su cargo, debería preocuparle que sus colaboradores dediquen
tiempo a atender ese contador inverso, en una clara muestra de falta de
sintonía y de implicación, elemento que dificulta la buena marcha de una
organización y que incide negativamente en la consecución de objetivos.
Cuando he podido
participar en algún debate o he tenido la oportunidad, con fines pedagógicos, de
que se disponga de mi experiencia profesional, siempre me ha gustado poner un
ejemplo simple, como elemento indicativo de éxito en la buena marcha de una
organización empresarial.
Si es el responsable de
una organización el que ha de recordar a los colaboradores que es hora de
marchar y desconectar hasta la próxima jornada, es que existe suficiente connivencia
y complicidad como para garantizar el éxito de la empresa. Si el reloj es un
punto de atención en el que coinciden todas las miradas, es indicativo que la gente
no está suficientemente implicada con su tarea, y que no existe la figura del colaborador
sino sólo la del trabajador, a semejanza de aquella tropa que debía cumplir con
la mili obligatoriamente.
¿Colaboras o trabajas?,
sería la pregunta.
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