Estoy seguro que no son
tantos como dicen, pero para muchos de ellos la independencia es una
reivindicación basada en el sentimiento, y al contrario que los principios o
los planteamientos ideológicos que pueden ser rebatidos mediante
argumentaciones sólidas, los
sentimientos no pueden ser combatidos y vencidos, a no ser que se utilicen
técnicas de manipulación, a la que siempre he sido contrario.
Y aún así hay quien “continua
en sus trece” y sigue utilizando la violencia verbal para controlar esos
sentimientos, provocando una reacción que los coloca en el mismo plano que los
principios, lo que elimina la potencial efectividad que podría tener la vía
argumental.
Por eso no entiendo que
algunos partidos políticos, a pesar de manifestar su respeto hacia los
ciudadanos que por principios o por sentimientos defienden una Catalunya
independiente como opción, permitan que algunos de sus responsables locales
verbalicen públicamente el menosprecio personal y la crítica negativa como
único argumento, alimentando inquinas personales y colectivas que, muy
probablemente, tengan un efecto contrario.
De sobras conocido es
que mi opción nunca ha sido la independencia, y siempre que he tenido la
oportunidad he defendido que, a mi modesto entender, no es la opción que mejor
respuesta daría a las inquietudes de los catalanes, aunque siempre he considerado
legítimo y respetable, desde la libertad en la que como socialista y demócrata creo, que se esté a favor de esas tesis que,
repito, no son las mías, aunque sí las algunos de mis amigos y que, por
defenderlas, no han dejado de serlo.
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