Me gustan las fiestas de San Fermín y desde hace muchos años no he dejado
de vivir, aunque sea a través del plasma, la emoción de sus encierros. ¡Y
seguiré haciéndolo mientras pueda hacerlo!
Únicamente dos veces he tenido la suerte de participar “in situ” de las
carreras por las calles de Pamplona (¡era yo muy joven!) y, aunque ahora sería
incapaz de emularme yo mismo, sobre todo por cuestiones físicas, reconozco que
siento cierta añoranza de aquella “hazaña”.
Si bien es cierto que la celebración ha “evolucionado” y que la
accesibilidad que ha facilitado la masificación, en algunos casos ha
deteriorado la imagen por las actitudes de algunos descerebrados energúmenos,
el espíritu sigue siendo el mismo y las fiestas de San Fermín mantienen el
encanto propio de una celebración, patrimonio de un pueblo, que proyecta y
comparte con orgullo su semana grande.
Por ello no me parece justo que de manera arbitraria, aunque
legítimamente argumentada con argumentos en absoluto compartidos, se satanicen
las fiestas de San Fermín bajo la ya recurrente afirmación de que se está
torturando a los toros bravos.
Si la definición legal de tortura es, que lo es, “todo acto por el cual se inflige intencionadamente a una persona
dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de
obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de castigarla por
un acto que haya cometido, o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o
coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier
tipo de discriminación”, no encuentro ningún paralelismo que permita afirmar
que los amantes de estas fiestas son unos torturadores. Ni aún sustituyendo “persona”
por “toro” podría considerarse que el animal está sometido a tortura. Y hablo
únicamente del encierro y sus carreras, sin entrar a valorar la lidia que, ya
no arbitrariamente y con argumentos más sólidos, algunos podrían considerar
como un espectáculo sádico.
Entiendo que los animalistas
puedan estar en contra del espectáculo taurino que comienza a las cinco de la
tarde; y hasta podría entender que pusieran encima de la mesa propuestas para
que lo que califican, erróneamente, tortura; pero no comparto que se
manifiesten contrarios a la propia esencia de las fiestas de San Fermín y sus
encierros de los que yo, al igual que los pamplonicas, me siento orgulloso y,
en absoluto, torturador.
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