Estaba leyendo una entrevista publicada en El País a Pablo
Iglesias y, lamentablemente, en el fondo debo darle la razón cuando afirma que
el juego de derechas y de izquierdas se ha convertido en una actividad de “trileros”,
porque como juego de confusión lo están utilizando todos los actores de la escena
política actual, entre ellos él mismo.
Creo que las políticas de izquierdas, en toda su dimensión,
no deben basarse en aquel dogmatismo rígido que, por centrarse en una concepción
ideológica unicelular, renuncia a la utilidad efectiva convirtiéndose,
simplemente, en un proyecto utópico, en el que todos creen pero que nadie es
capaz de llevar a la práctica.
La izquierda en la que yo creo es la útil, la pragmática,
aquella que contempla y entiende la realidad y que es capaz, con flexibilidad,
adaptándose a la realidad y desde el respeto a los principios básicos de
justicia social en toda su dimensión, de dar respuestas a las inquietudes que
en cada momento plantea la sociedad, dejando en segundo plano una endogamia
ideológica que condena, irremediablemente, al ostracismo político a quien la utiliza.
El conservadurismo político, como sinónimo de inmovilismo y
de imposición, debe ser el único patrimonio visible de esa denominada derecha, que
no le importa “deshacer” para conseguir sus objetivos; a diferencia de las políticas progresistas (que
defiendo y en las que creo sería connivente la mayor parte de la sociedad) que,
desde la libertad, deben definir la manera
de hacer del socialismo democrático.
Porque de eso se trata, del compromiso de hacer (que no solo
de rehacer), con posicionamientos claros y planteamientos transparentes, sin
ambigüedades, ni eufemismos, sin tapar la “bolita” para despistar y confundir,
como acostumbra a hacer hasta el que protesta por ello.
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