Dels molts i molts missatges que he rebut, sobre tot per WhatssApp,
(el paper i els SMS ja queda en un segon termini) desitjant-me un feliç any nou,
hi ha el d’un company que em recordava el paper que hauran de tenir els sindicats
encapçalant la lluita per aconseguir que aquets desitjos de felicitat de cara
al 2013 puguin ser una realitat.
I per això m’adjuntava la transcripció de l’article que elperiodista Iñaki Gabilondo titulat “¿Muerte a los sindicatos?”, que molts havíem
escoltat però que segur, hi ha gent, que no ha tingut l’oportunitat de llegir.
Puc assegurar que no és el meu desig que els sindicalistes hagin
de prendre, o haguem de prendre, aquest protagonisme bel·ligerant, però l’anunciat
full de ruta del Govern carregant l’esforç per a sortir de complicada situació
econòmica i social en la que ens trobem sobre els ciutadans en situació més
precària, alhora que precaritzant a aquells que encara estan “subsistint”,
aplicant la política del repartiment de la misèria en comptes de repartir la
riquesa que està en mans dels que han provocat realment aquesta crisi, fa
inevitable que les organitzacions sindicals de classe agafin un rol vindicatiu,
més propi dels seus inicis reivindicatius que no de l’actualitat.
I és normal que els governs amb independència del color, però
sobretot de la dreta com ara, utilitzin tots els mitjans mediàtics al seu abast
per a justificar les seves actuacions i “matar” a aquells que no els hi fan
costat; però per sort sempre hi ha personatges de reconegut prestigi
professional que, de manera coherent, intenten posar una mica de seny al
conjunt de la ciutadania, encara que sigui apel·lant a la memòria històrica.
Amb tota seguretat a l’índex de “salut, diners i amor” que
ens depararà el 2013 tindrà una gran incidència el factor sindicats i el
recolzament que rebin del conjunt de la societat.
¿MUERTE A LOS SINDICATOS?
Nueva moda. Rajar de los sindicalistas. Algo fácil y barato,
por cierto. Lo llevan en la solapa ciertos políticos, lanzando mensajes
subliminales sobre su actual falta de utilidad para los trabajadores,
politización, corrupción, derroche económico. Resulta curioso: Los mismos que
alientan al escarnio público, suelen lanzar piedras cargadas por sus propias
mezquindades.
Además, la destrucción del sindicalismo hace mucho más fácil
la labor de los gobernantes, sin movilizaciones ni huelgas, especialmente la de
quienes dirigen tras la cortina. Qué bien estaríamos si no existieran los
sindicatos, piensan algunos.
El problema es que esa frase por la que suspiran los
gobernantes "Qué bien estaríamos sin sindicatos" empieza a calar
entre la gente de a pie, con un discurso cargado de improperios, gritos,
oportunismo, mala leche y, sobre todo, un enorme vacío de argumentos que se resume
en: "Para lo que hacen, mejor que no hagan nada", "Por mi los
echaba a todos y los ponía a trabajar", "Están vendidos, no se
mueven, no están con los trabajadores". Luego terminan reservándote para
el final el placer de oír la raída historia de: "Conozco a uno que está de
liberado sindical.".
Confesar ser liberado sindical, en estos tiempos que corren,
es un auténtico pecado capital. Mejor inventar cualquier otra cosa antes de que
te descubran. Te pueden acechar en cualquier esquina, a cualquier hora: sacando
dinero, haciendo la compra, recogiendo a tus hijos en el colegio. Cualquier
lugar y excusa es buena, para utilizar como insulto la palabra
"sindicalista".
Se puede ser banquero chupasangre, se puede ser político en
cualquiera de sus muchos cargos (concejal, alcalde, o delegado provincial.) y
trincar todo lo que se quiera, aceptar sobornos y trajes, realizar chantajes,
revender terrenos públicos, recortarle el sueldo a los trabajadores o
directamente despedirlos sin indemnización. Se puede, incluso, aumentar el
recibo de la luz a los pensionistas hasta asfixiarlos, o salir en fotos besando
niños y ancianos mientras los colegios y asilos se caen a trozos, cobrar dos o
tres sueldos en tres cargos diferentes, declarar a hacienda que se está arruinado
mientras se cobra de mil chanchullos distintos, para que su hijo obtenga la
beca que le permita comprarse una moto a costa del Estado.
En este maldito país se puede ser lo que se quiera, pero no
sindicalista.
Nadie se acuerda ya de la última huelga, aquella en que
nadie de la empresa fue, excepto los dos afiliados que perdieron el sueldo de
aquel día, para que luego se firmara un acuerdo que les subió el sueldo a
todos. Incluso a aquellos que escupieron sobre la huelga.
O de Luís, ese hombre que estuvo 30 años cotizando, y que
gracias a la pre-jubilación que se consiguió en su momento, puede ahora, con 60
años y despedido de su puesto, tirar para adelante sin necesidad de buscar un
trabajo que nadie le ofrecería.
Recuerden también a Marta, la chica de 23 años que estuvo
aguantando un jefe miserable con aliento a coñac, que le obligaba a hacer más
horas extras para tener un momento de intimidad donde poder acosarla mientras
le recordaba cuándo le vencía el contrato. Hasta que su mejor amiga la llevó al
sindicato y, gracias a una liberada sindical, ahora el tipo ha tenido que
indemnizarla hasta por respirar.
Son muchos los que les deben algo a los sindicatos, y a los
sindicalistas: El maestro que pudo denunciar al padre que le pegó en la puerta
del colegio, los trabajadores que consiguieron que no les echaran de la
RENAULT, la chica que pudo exigir el cumplimiento de su baja por maternidad en
su supermercado. Porque también fue una liberada sindical la que se puso al
teléfono el día en que despidieron a Julia, la chica de la tienda de fotos, y
le ayudó a ser indemnizada como estipulan los convenios; y aquel otro joven que
movió cielo y tierra para arreglarle los papeles al abuelo para procurarle una
paga medio-decente, porque los usureros de hace 30 años no lo aseguraban en
ningún trabajo. Para qué recordar las horas al teléfono escuchando con
paciencia a cientos de opositores a los que no aprobaron, gritando e insultado
porque en el examen no les contaron 2 décimas en la pregunta 4. O el otro
compañero sindicalista, el que denunció a la constructora que se negaba a
indemnizar a la viuda de su amigo Manuel, que trabajaba sin casco.
Ya nadie se acuerda de dónde salieron sus vacaciones, los
aumentos de sueldo que se fueron consensuando, el derecho a una indemnización
por despido, a una baja por enfermedad, o a un permiso por asuntos propios.
Esta sociedad del consumo, prefiere tirar un saco de
manzanas porque una o dos están picadas, por muy sanas que estén el resto. Los
precedentes televisivos: entrenadores de fútbol, famosos de la exclusiva en
revistas, y demás subproductos, se convierten en clinex de usar y tirar
dependiendo de las modas. Ahora, en un momento en que los trabajadores deben
estar más juntos, arropados y combatientes contra quienes realmente les
explotan, aparecen grietas prefabricadas en los despachos de los altos
ejecutivos, ávidos de hincar más el diente en el rendimiento de la clase
trabajadora.
¿Quién tirará la primera piedra?. ¿Serán los políticos
gobernantes, o los banqueros quienes hablarán de dejadez o vagancia?. ¿Tendrán
capacidad moral los jueces o los periodistas, de hablar de corrupción en las
demás profesiones?. ¿Serán más idóneos para iniciar lapidaciones, los
super-empresarios del ladrillo?. ¿En qué profesión se puede jurar que no
existen vagos, corruptos, peseteros, o ladrones?. ¿Preguntamos mejor entre la
Iglesia o la Monarquía.?.
Pero qué fácil resulta rajar en este país. Siembra la duda,
y obtendrás fanatismo barato.
Qué bien asfaltado les estamos dejando el camino a quienes
realmente nos explotan cada día. ¡Acabemos con los sindicatos!. Sí. Dejemos que
la patronal y los bancos regulen los horarios, las pensiones, los sueldos, las
condiciones laborales y los costes del despido. Verán cómo nos va a ir con la
reforma del mercado laboral, cuando los sindicatos dejen de existir y no puedan
convocarse huelgas ni manifestaciones.
Verán qué contentos se pondrán algunos cuando sepan que ya
no estarán obligados a pagar las flores de los centenares de trabajadores que
mueren todos los años, a costa de sus mezquindades.
Iñaki Gabilondo.
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