Prácticamente no se había
silenciado la alarma del móvil y ya cruzaba la puerta para acercarse a la
entidad bancaria que hacía meses que no visitaba y hacer uso, de manera
inmediata, de la pequeña cantidad de dinero que, según el mensaje, le habían
ingresado en su cuenta corriente.
Como decía su abuela, hacía
tiempo que si entrase un ratón en la nevera se estrellaría pues sólo la pequeña
lamparilla le daba algo de vida al vacío electrodoméstico; y es que él prefería
dejar para niños y ancianos los productos del banco de alimentos que
necesitaban frío para su conservación.
Pero pensaba que esos euros le
permitirían respirar con cierta tranquilidad durante unos días y así poder
administrar su nulo capital que las circunstancias habían convertido en rojo y
que, lamentablemente y a pesar del ingreso, iban a seguir con el mismo color.
Paró en seco y decidió dar
media vuelta pues sabía que, de manera subliminal, los estaban convirtiendo en
piezas para blanquear una realidad cruel, pues poner al mismo nivel de
precariedad a la mayor cantidad de ciudadanos posible para así poder esconder
las diferencias entre las diferencias, es realmente torticero.
Decidió que se había acabado
el asumir el principio del “mal de muchos, consuelo de tontos” en el que nos
están sumiendo, decidiendo que iba a trabajar para que la ciudadanía entendiese
que repartir miseria, aunque sea una ayuda no es la solución, sino una
injusticia social que merece denunciarse.
Juanjo García